Museo Nacional de Arte

El árbol del pecador




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El árbol del pecador

El árbol del pecador

Artista: AUTOR QUERETANO SIN IDENTIFICAR (siglo XVIII)   ((activo en el siglo XVIII))

Fecha: s/f
Técnica: Óleo sobre tela pegado en masonite
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA
Descripción

Al pie de un tronco que simboliza su propia existencia, un hombre elegante y disoluto dormita con la mano en la mejilla y mantiene los pies cruzados. Viste a la moda propia de un mosquetero de la primera mitad del siglo XVII, sombrero de ala ancha con plumas en una mano y florete al ristre. Permanece ajeno a la intervención de varios personajes que le rodean: su ángel de la guarda llora consternado al observar su inminente condenación, la Virgen María implora a la personificación de Cristo Salvador del Mundo para que intervenga por la salvación de su alma. Este Jesús, resurrecto y misericordioso, tañe con un martillo una campana a fin de despertar al pecador. Un reloj de arena puesto en el suelo indica que el tiempo de su vida está contado. A sus espaldas, un esqueleto, guadaña en mano, tala el tronco de su vida, mientras un demonio lo ha lazado desde las ramas para derrumbarlo y arrastrarlo finalmente hasta sus dominios, es decir, no se sabe qué desenlace tendrá este hombre.

Descripción

Al pie de un tronco que simboliza su propia existencia, un hombre elegante y disoluto dormita con la mano en la mejilla y mantiene los pies cruzados. Viste a la moda propia de un mosquetero de la primera mitad del siglo XVII, sombrero de ala ancha con plumas en una mano y florete al ristre. Permanece ajeno a la intervención de varios personajes que le rodean: su ángel de la guarda llora consternado al observar su inminente condenación, la Virgen María implora a la personificación de Cristo Salvador del Mundo para que intervenga por la salvación de su alma. Este Jesús, resurrecto y misericordioso, tañe con un martillo una campana a fin de despertar al pecador. Un reloj de arena puesto en el suelo indica que el tiempo de su vida está contado. A sus espaldas, un esqueleto, guadaña en mano, tala el tronco de su vida, mientras un demonio lo ha lazado desde las ramas para derrumbarlo y arrastrarlo finalmente hasta sus dominios, es decir, no se sabe qué desenlace tendrá este hombre.

Comentario

Con el propósito de estimular la renuncia a las vanidades mundanas y el consecuente perdón de los pecados, la religiosidad contrarreformista echó mano de un amplio repertorio de imágenes de carácter didáctico, que precisamente se llamaban "didascalios", y que tuvieron profunda repercusión en la cultura barroca. Uno de los temas que gozó de una difusión harto popular y prolongada es precisamente el aquí descrito por un pincel anónimo de la escuela queretana: El árbol del pecador, también conocido como El árbol vano.

  Esta inquietante representación de un hombre joven y bien parecido, adormecido por efecto de los excesos sensuales y que permanece indiferente ante la inevitable proximidad de su tumba, procede de varias tradiciones iconográficas que se remontan al tema de la melancolía como patología clínica, a las psicomaquias medievales que enfrentaban las figuras de la virtud a las del vicio, así como al modelo del árbol del bien y del mal en el paraíso y en cuya copa se enquistan los siete pecados capitales (así visualizados por Petrarca en De claris mulieribus). El tipo icónico mejor sistematizado se debe al buril del célebre grabador flamenco Jerónimo Wierix y cuyas láminas sirvieron de modelo a no pocos artistas novohispanos en los siglos XVII y XVIII.2 Como bien ha señalado Santiago Sebastián, este tipo de pintura participa de un programa emblemático más amplio llamado ars moriendi, consistente en una serie de advertencias visuales y literarias para enseñarse a "bien morir". Pero la creación de Wierix también tenía un fundamento evangélico; Sebastián recuerda, en san Mateo, la parábola del árbol que, al no dar fruto, fue cortado y arrojado al fuego por mano de su dueño. Por último, hay que decir que este asunto tampoco es ajeno al epílogo "donjuanesco" de El burlador de Sevilla de Tirso de Molina por la manera teatralizada y efectista como se ha planteado la escena. Estos avisos moralizantes se complementaban con un epigrama o glosa al calce que, además de ayudar a la comprensión de la moraleja, subrayaban el propósito desengañado.

  Tales "jeroglíficos" barrocos solían colocarse en el sotocoro de los templos para propiciar la contrición del feligrés, toda vez que trasponía el cancel de sus puertas e ingresaba así a un ámbito sacro. Allí convivían con otros recordatorios que perseguían efectos similares, tales como los cuadros de ánimas del purgatorio rescatadas por medio de la oración, los que mostraban las ventajas de acogerse a la buena muerte o a los beneficios de la "preciosa sangre" al momento de recibir la extremaunción. No por casualidad, en una casa de ejercitantes de Atotonilco, Guanajuato, hallamos el tema del "árbol vano" combinado con el del "relox despertador" en pintura mural.4

  Este cuadro formó parte de un lote de obras queretanas extraídas en forma ilegal y llevadas a California, Estados Unidos. Durante el sexenio de Miguel Alemán fueron restituidas a México mediante un convenio y la gestión personal de Fernando Gamboa.

Ingresó al Museo Nacional de Arte en 1986 procedente de la Oficina de Registro de Obras del Instituto Nacional de Bellas Artes.