María Teresa Suárez. Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte Pintura Nueva España T. II pp. 189
Descripción
En un entorno abierto, con el basamento de una construcción de piedra a un lado, un grupo de ángeles niños toca diversos instrumentos musicales de percusión, viento y cuerdas, y uno más canta; todos ellos están situados alrededor del Niño Jesús, quien sostiene en su mano izquierda una partitura y con la derecha, más que dirigir a los músicos, parece darles la bendición. Su rostro es más luminoso que los de los angelitos, entre los cuales dos son más morenos. El colorido de sus pequeñas túnicas, que constituye toda su vestimenta, crea ricos contrastes que otorgan colorido a la pintura, desde un carmesí oscuro hasta el amarillo, pasando por el azul, el verde y el rojo. El lienzo contiene un marco dorado pintado, común en las pinturas de fines del siglo XVII, ahora semioculto por el de madera.
Comentario
En un recorrido por la pintura renacentista y barroca europea resulta muy común la representación de ángeles músicos, cuya presencia testifica sucesos sobrenaturales como la ascensión de Jesús, o bien, la coronación y asunción de la Virgen; los ángeles aparecen como emblemas que señalan ese momento excepcional.
La devoción a estos seres divinos se remonta a la Edad Media, aunque durante la contrarreforma alcanzó una difusión.
En ningún otro periodo de la Historia del Arte los pintores y escultores poblaron tan abundantemente cielo y tierra con ángeles como en la Contrarreforma. Contemporáneos de Rubens, demandaron que sus artistas les dieran ángeles, hermosos como jóvenes Adonises, vestidos con blancas túnicas, ceñidas en su cintura, descalzos y alados ¿y todo ello, más que por su significado simbólico, por su presencia real en el mundo de los mortales.
La pintura de El Niño Jesús con ángeles músicos es un ejemplo único dentro del arte novohispano, por ser el conjunto de personajes el tema principal de la pintura, y no formar parte de una composición mayor, lo que era ciertamente común. En este caso resulta interesante que, aun cuando la escena se sitúa en un paisaje terrenal, se hace referencia a un suceso que la fe traslada al cielo.
Por otra parte, desde el arte de los primeros cristianos, los seres celestiales siempre se han acompañado de instrumentos musicales; este tipo de motivos alcanza un particular auge entre los siglos XVI y XVIII y se relaciona con la imagen del cielo como un lugar "lleno de música".
En el cuadro destaca al centro la imagen del Niño Jesús, más luminosa y protagónica. En este sentido hay que recordar que la alusión a la infancia de Cristo formó también parte de las nuevas devociones contrarreformistas, que intentaban acercar al fiel a la vida terrena de Jesús. Si bien se trataba de una tradición más antigua, al menos en los Países Bajos, es en el siglo XVII cuando adquiere una mayor relevancia y vitalidad, especialmente gracias a la orden jesuita.
Una copia de esta pintura, pero con una ejecución más popular, puede apreciarse en el Museo Nacional de Antropología y Arqueología en Puerto Libre, Lima. La existencia de esta copia sugiere que no fue una concepción original de Correa y que no se trata de un fragmento de una pintura mayor como se llegó a suponer.
En esta pequeña orquesta de cámara, los instrumentos que tocan los angelitos están más relacionados con los empleados en la música del Renacimiento que en la del periodo de la pintura. Los timbales, tocados por la figura del extremo izquierdo, son un instrumento de origen asiático (aunque en este caso eran de grandes dimensiones) de donde fueron exportados a Europa. Aunque se conocían desde el siglo XIII, fue hasta el XVI cuando se introdujeron en Alemania. Se tocan siempre en pares y son los únicos instrumentos de percusión para los que se escribieron dos partes separadamente. Hacia principios del siglo xvii se convirtieron en un instrumento indispensable para acompañar a las trompetas.
El angelito central toca un instrumento con forma de laúd, uno de los instrumentos más populares del Renacimiento europeo y uno de los más tocados durante el siglo XVII, lo cual demuestra la impresionante cantidad de obras que se escribieron para él, así como su constante presencia en la pintura de la época. Aunque fue un instrumento arquetípico para tocarse solo, también acompañaba a los cantantes. Su nombre proviene del laúd árabe, llamado al´ud. Su perfil externo adquirió su fisonomía definitiva en torno al 1500; desde entonces tuvo su elegante forma de almendra, con su caja formada por diversos haces de maderas, a veces exóticas, y su clavija generalmente angulada. Su importancia queda de manifiesto en el hechode que los constructores de violines se llaman hasta ahora lauderos.
El angelito, que ha sido identificado como mulato,9 detrás del Niño Jesús (el más cercano y el único sin alas), está tocando un corneto; este instrumento tuvo su origen en la Persia medieval (realizado con un cuerno de animal) hacia el año 700 d.C.
En el siglo X se fabricó en Europa, en madera o marfil. La limpieza y precisión de su sonido era muy adecuada para sostener la voz humana o para suplirla, lo cual hacía mejor que otros instrumentos. La edad de oro en la historia del corneto llego a su término cuando, después de 1600, dejó de interpretar la parte de soprano, para cederle el sitio al violín. Hacia principios del siglo XVIII el instrumento estaba casi olvidado. La chirimía, de doble caña, la toca el angelito del primer plano, sentado de perfil. Se trata de un antecedente del oboe que fue común en la interpretación de la música española renacentista. En el caso de esta pequeña orquesta, su sonido seguramente habría opacado a todos los demás.
De una familia común, encontramos una viola da braccio y una vioi la da gamba. Ambas pertenecen al grupo de los instrumentos de cuerdas con arco; en el primer caso la evolución de la viola da braccio terminó para dar paso al violín. La viola da gamba, por su parte, fue altamente apreciada por su timbre noble y suave y por acompañar de manera muy adecuada la música polifónica.
En muchas pinturas novohispanas de los siglos XVII y XVIII esta clase de instrumentos fueron representados en toda su variedad; sin embargo, no es posible tener una confianza absoluta en la fidelidad de su representación. Según lo ha hecho notar el musicólogo José Antonio Robles-Cahero, en muchas pinturas conviven instrumentos perfectamente pintados con otros distorsionados. El Niño Jesús sostiene una partitura, realizada con sumo cuidado, titulada Canon tres in unum.JHS, María, Joseph.14 Se trata de un antiguo himno15 titulado Te Joseph celebrent, que dice:
La composición sigue la forma de un canon, de acuerdo con el estilo polifónico usual en el siglo XVI, y fue usada después por Manuel de Sumaya en una misa de 1714. El angelito del extremo derecho canta con la partitura que corresponde a la voz soprano (superius). Aunque se trata de una partitura casi desaparecida, al final puede leerse lo que corresponde a la quinta y última estrofa del himno: "parce precantibus da Joseph meritis sidera scandere, ut tandem liceat nos tibí perpetim gratum promere canticum". Durante el siglo xvi cada voz se imprimía por separado, como sucede en este caso. En la misa de Sumaya sólo se utiliza la primera de las estrofas de que consta el himno, el cual solía cantarse el 19 de marzo en las solemnes fiestas de San José. Resulta de particular interés pensar que por medio de esta composición en forma de canon están presentes en la obra los padres de Jesús a través de la música.
En relación con los instrumentos musicales habría que recordar el auge que tuvieron las obras que plasmaban el tema del oído, dentro del ciclo de representaciones de los cinco sentidos. Estas pinturas comenzaron a proliferar hacia fines del siglo XV y principios del XVI, y tuvieron una gran difusión. Sin considerar este óleo dentro de un ciclo semejante, no es posible desvincularlo de esa atracción por el tema de los sentidos.
La pintura revela la maestría con que Correa se acercaba al tema de los ángeles, uno de sus favoritos. No es posible olvidar su autoría de los lienzos de la capilla de los Arcángeles de la catedral metropolitana, y la presencia de seres angélicos en la mayoría de sus pinturas.
Este lienzo formó parte de la colección de las Galerías de pintura de la Academia y fue restaurado entre 1960 y 1964 bajo la supervisión de Guillermo Sánchez Lemus para integrarse a la colección de la Pinacoteca Virreinal.