Museo Nacional de Arte

Santa Ana, San Joaquín y la Virgen Niña (fragmento)




Búsqueda Avanzada

Santa Ana, San Joaquín y la Virgen Niña (fragmento)

null

Santa Ana, San Joaquín y la Virgen Niña (fragmento)

Artista: JUAN SÁNCHEZ SALMERÓN   (activo entre 1666 y 1697)

Fecha: s/f
Técnica: Óleo sobre tabla
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

Una estancia de piso tablerado, que se fuga hasta un profundo paisaje campestre; a la izquierda, san Joaquín, barbado y aureolado, coloca un ramo de azucenas en la mano de la Virgen Niña. Esta última, al centro, posada sobre una luna menguante con los cuernos hacia arriba, holla a una serpiente que tiene ante sus fauces una manzana. María eleva la vista para contemplar el rostro sereno de su padre anciano, tocada de un velo transparente que le cae sobre una larga y rizada cabellera. Toda la cabeza está rodeada por un resplandor vaporoso. El manto azul y la túnica blanca están realizados con complicados pliegues que acentúan su concepción aérea, pese al escenario que la rodea. Extiende uno de sus bracitos a la derecha y, a pesar de la mutilación de la tabla, es fácil adivinar que sería tomado por la mano de su madre, santa Ana (de su figura alcanza a asomar "un vuelo de paños"). En las alturas se ve a dos angelitos en el acto de colocar sobre su cabeza una corona imperial rematada por dos globos y una cruz. Más arriba se encuentra la representación del Espíritu Santo, en forma de paloma, despidiendo ráfagas de luz y, finalmente, la del Padre Eterno emergiendo de las nubes, con su manto en vuelo, en actitud de bendecir toda la escena. A la izquierda, otro angelito deposita una corona real, compuesta de banda y puntas, sobre la testa de san Joaquín.

Comentario

Santa Ana, san Joaquín y la Virgen niña, pintura alegórica de la infancia de María, es una de las más gustadas novedades temáticas del arte de la Contrarreforma y que, concebida con un carácter apologético, tiene relación con otra imagen igualmente sintética y popularizada por entonces: La Trinidad del Cielo y la Trinidad de la Tierra. Es decir, la representación genealógica de cada uno de los "Cinco Señores", agrupados en un núcleo familiar, con su correspondiente equivalente "divino" (el Padre y el Espíritu Santo enseñoreando las alturas celestiales). Esta visión idílica también se desprende del tema de la Sagrada Familia: evocación piadosa que trae a la mente algún pasaje evangélico o apócrifo-evangélico (verbi gratia, Un descanso en la huida a Egipto, El taller de Nazareth, Jesús perdido y hallado en el templo). Aunque ciertamente se trata de una elaboración intemporal y sin la animación característica de estos pasajes.

  Esta "Venerable Trinidad" se combina con el tema angular de la Santísima Trinidad, el más grande misterio de la fe católica. Piénsese que en la práctica de la devoción y la oración estas composiciones tenían su correlato: por entonces la invocación de los nombres de cada integrante de esa triada, dicha en los rezos o las jaculatorias cotidianas, constituía una especie de fórmula protectora.

Por todo eso se les ve unidos física y espiritualmente, tomados de la mano, y caminando sobre un campo impreciso. Émile Male comenta: "Es una solemne imagen llena de austeridad y un poco hierática, por encima vuela la paloma y en las profundidades del cielo se entrevé el rostro de Dios. ¿Es quizá el retorno de Egipto? ¿Es la escenificación del Niño hallado en el templo por sus padres? Aunque en un principio fuese eso, la escena no tardó en tomar una significación infinitamente superior. Con estos tres personajes, el pensamiento cristiano reconoció una nueva Trinidad, la Trinidad de la Tierra, imagen de la Trinidad del Cielo. A partir de entonces los escritores religiosos conciben a la Sagrada Familia bajo este aspecto."

En otras palabras, concluye Male: "La Sagrada Familia, que ha hecho visible la Trinidad a los ojos de los hombres, adquiere pues una grandeza sobrenatural."

Esta obra novohispana es sin duda una variante mariológica de la Trinidad terrestre y la Trinidad celeste grabada por Jerónimo Wierix (a partir de una composición de Cristopher van Sichem) en Amberes en 1620, donde los progenitores de Jesús aparecen como acompañantes y educadores, en un gesto que une la condición de lo humano con lo divino, pero que también pone énfasis en la forma ternaria y jerárquica que asume cada integrante.

 A esto se suma la gloriosa escena de coronación celestial, como una forma de reconocer  y premiar la colaboración que cada una de estas personas ha prestado para consumar la obra de Redención. En este caso destaca María con su atributo de pureza (la azucena que comparte con san Joaquín) y como vaso espiritual de elección, templo del Espíritu Santo, donde encarnará el Hijo del Hombre, quien ha de vencer el poder del Maligno a lo largo de los tiempos.

  Como ha señalado Male, las "nuevas devociones" contrarreformistas se originan en la necesidad de "escrutar ciertos misterios que hasta entonces habían quedado oscuros", máxime cuando era menester precisar la genealogía de la Virgen María: una cuestión fundamental en el contexto del debate sobre la Inmaculada Concepción.

  No se olvide que la azucena tiene un valor dual, no sólo como emblema de pureza sino también de elección o distinción genealógica: alude a la imaginaria visión ¿ de hecho una "anunciación" a san Joaquín mientras apacentaba sus rebaños¿ consignada en el Evangelio del Pseudo Mateo, y que le puso sobre aviso acerca del impensable embarazo de su cónyuge, todo por voz del mismo arcángel san Gabriel. San Joaquín siempre porta su vara de azucenas para recordar que la concepción de su hija tuvo lugar en la Puerta Dorada del templo, al momento de besar en la mejilla a su longeva y estéril esposa. Tal habría sido, pues, el sentido apologético y devocional de esta formulación visual o del tema de la Trinidad terrestre pero vuelta "a lo mariano".

  Esta tabla debe atribuirse a un pintor distinguido, activo en México o Puebla en las postrimerías del siglo XVII, bien asimilado al gusto del llamado barroco "desbordado", acaso a Juan Sánchez Salmerón (activo entre 1666 y 1697), con quien bien pueden relacionarse las gruesas pinceladas ¿ a veces delineantes y a veces esfumadas¿ y el cromatismo terso y los toques de luz blanca con que modelaba los volúmenes en las figuras. Predecesor del gusto exuberante de Correa y Villalpando (ambos artistas hicieron composiciones análogas), es, por lo dicho, un artista con una personalidad muy distintiva. Compárese la figura de san Joaquín, en especial el tratamiento algodonoso del cabello y la barba, con las mismas figuras del santo que aparecen en obras muy similares y del mismo artista: La Purísima Concepción del Museo Nacional del Virreinato en Tepotzotlán, La Sagrada Familia en el Hospital de Jesús y la pareja de Santa Ana y San Joaquín también en Tepotzotlán. Pero la vinculación iconográfica más estrecha se puede apreciar al cotejar la pareja de cuadros atribuidos por Manuel Toussaint a la mano de Sánchez Salmerón y que cuelgan del presbiterio del ex convento de Tlalmanalco:

Sacra Familia con gloria y San Joaquín, santa Ana y la Virgen; es decir, se trata de un

pendant de la conocida Trinidad terrestre y Trinidad celeste o de otra versión de esta curiosa Trinidad dedicada "a la parentela de María" y que preconiza su estirpe inmaculista.

Aunque es una obra del mismo tema, ofrece algunas variaciones respecto a la que conserva el Museo Nacional de Arte. Pero no cabe duda que esta última es, con mucho, la más cercana al peculiar estilo de este artista plenamente barroco.

  Forma parte del acervo constitutivo del Museo Nacional de Arte desde su fundación en 1982. Se desconocen las razones así como el momento en que la tabla ahora atribuida a Sánchez Salmerón fue seccionada. Procede de la Pinacoteca Virreinal de San Diego.  

.