En
esta pieza se observan elementos característicos de la producción artística de
Luis Juárez, como el trabajo y la fisionomía del ángel. Esta obra es uno de los
raros ejemplos de la pintura virreinal en la que aparecen niños. La figura del
infante dirige su mirada al espectador, va vestido con elegancia, lleva
gorguera en el cuello, un sombrero en la mano izquierda y se yergue sobre un
orbe. Esto lo ubica en un rango social elevado, heredero de alguna noble casa o
incluso hijo del rey, debido al vínculo con el mundo. El paisaje es uno de los
aspectos más enigmáticos de la obra; se trata de un valle de horizonte bajo,
que se ilumina gracias a la luz divina que emana del ángulo superior derecho y
se va oscureciendo hacia el ángulo inferior izquierdo, donde se encuentran una mujer
enjoyada y con el torso desnudo, tal vez un ánima del purgatorio, y un demonio
con un instrumento en la mano. Como si éstos representaran el mal. Al centro
del lienzo, el ángel de pie parece apartar el bien y el mal: la luz de la
oscuridad. Mientras mira al niño, le señala con la mano izquierda la luz que
viene del cielo e impide con la espada flamígera, que lleva en la mano derecha,
que se aproxime a los personajes oscuros. Como si quisiera llevar su alma a la
presencia divina al alejarlo de toda tentación y evitarle el fuego del
purgatorio. Esta obra ingresó al MUNAL procedente de la Pinacoteca Virreinal de
San Diego en el año 2000.