Museo Nacional de Arte

San Pablo y San Antonio ermitaños




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San Pablo y San Antonio ermitaños

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San Pablo y San Antonio ermitaños

Artista: BALTASAR DE ECHAVE IBÍA   (ca. 1585/1605 - 1644)

Fecha: s/f
Técnica: Óleo sobre lámina
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Transferencia, 2000. ExPinacoteca Virreinal de San Diego.
Descripción

 

Rogelio Ruiz Gomar. Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte Pintura Nueva España T. II pp. 235

Descripción

Obra de formato rectangular y desarrollo horizontal, en la que se encuentran hacia el extremo izquierdo dos ancianos conversando a la entrada de una cueva. Se trata de san Pablo ermitaño, quien está cubierto con un vestido tejido de palma, y de san Antonio Abad, que sostiene un largo cayado y viste un hábito frailuno que consiste en una túnica blanca y manto con capucha y escapulario de color café. Los dos personajes van descalzos. La cabeza del primero queda dispuesta de perfil y la del segundo de tres cuartos, si bien la calidad moral de ambos se expresa mediante el resplandor que despiden dichas cabezas, trabajado con base en finos rayos. Por la parte superior desciende un cuervo con una pieza de pan, mientras que a los pies de los ermitaños corre un riachuelo y se perciben algunos animales (un pato, un sapo, un conejo, una serpiente y una lagartija, amén de la concha de una ostra). Hacia el lado derecho de la composición queda un amplio y abrupto paisaje de muy alto horizonte trabajado en varios planos de profundidad, en el que destacan, bajo el dilatado celaje, unos macizos rocosos y montañas de perfiles ondulantes que van formando pequeños valles, con algunas frondas de árboles. En distintos lugares del paisaje hay cabida para la representación de empequeñecidas y abocetadas escenas secundarias: el momento en que un sátiro le indica a san Antonio el camino para encontrar a san Pablo; el alma de Pablo ascendiendo a cielo; el cuerpo de éste, muerto pero aún de rodillas, a la entrada de la cueva, tal y como le encontró, así como, también, los dos leones que habrían de ayudar a Antonio a cavar la fosa para enterrarle

Comentario

Las vidas de san Pablo y san Antonio Abad, escritas desde antiguo por san Jerónimo y por san Atanasio, respectivamente, se popularizaron a partir del siglo XIII gracias a La leyenda dorada del dominico Santiago de la Vorágine.1 San Pablo, a quien se considera el primer ermitaño, fue originario de Egipto, en la baja Tebaida. Tras quedar huérfano a los catorce años, decidió apartarse de quienes codiciaban sus propiedades y huir de las persecuciones orquestadas contra los cristianos por el emperador romano Decio. Tenía 22 años cuando llegó al desierto, donde encontró refugio en una caverna, cerca de la cual había una fuente y una palmera. Ahí vivió, convencido de las ventajas espirituales de vivir en la soledad, más de noventa años, bebiendo el agua del manantial, y cubriendo su desnudez con la túnica que confeccionó con las hojas de la palmera. Los primeros 43 años se alimentó con los frutos de la misma, pero el resto de su vida fue milagrosamente alimentado, como Elías, por un cuervo que cada día le llevaba una media pieza de pan.

  Al final de su vida recibió la visita de san Antonio, quien también, tras perder a sus padres, se había retirado al desierto para escapar de las persecuciones de Decio y consagrarse a Dios. Tenía entonces veinte años de edad, y no obstante que había heredado una considerable fortuna, atento a las enseñanzas del Evangelio, vendió todos sus bienes, repartió el dinero entre los pobres y se retiró al desierto, donde pronto se convirtió en modelo del espíritu de oración y el trabajo manual, de humildad y caridad. Después de muchos años de asceta y de salir vencedor de diversas pruebas y tentaciones, abandonó su vida en la montaña y fundó un monasterio. Al enterarse que había alguien que llevaba más tiempo que él viviendo como anacoreta, decidió salir a buscarle para aprender de él. En la leyenda se dice que le encontró guiado por una luz, así como por un centauro y un sátiro ¿no olvidemos que era en los parajes alejados de las ciudades donde habitaban el dios Pan y esos seres mixtos de la antigüedad. Pablo se resistía a recibirle, pues no quería compañía, pero cedió ante la insistencia de Antonio. Mientras conversaban llegó el cuervo que diariamente alimentaba al primero con media pieza de pan, pero ahora le llevaba una pieza entera, pues tenía visita. Pasaron la noche en oración y a la mañana siguiente san Pablo comunicó a Antonio que, como se acercaba la hora de su muerte, Dios lo había enviado para que se encargara de sepultar su cuerpo. Aprovechó para comunicarle su deseo de ser enterrado con la túnica que san Atanasio, el obispo de Alejandría, le había regalado a Antonio y que éste guardaba en su monasterio. Ya venía Antonio de regreso con la túnica cuando vio que el alma de Pablo ascendía al cielo rodeada de ángeles, profetas y apóstoles. Al llegar a la cueva, y encontrarle arrodillado, pensó que todavía estaba vivo y lleno de gozo se arrodilló para orar con él. Tras percatarse de que ya estaba muerto, y preguntarse qué debía hacer para enterrarle, pues el suelo era rocoso, llegaron dos leones que le ayudaron a cavar la fosa. Luego de enterrarle con la túnica que le había pedido, regresó a su monasterio alabando a Dios, pero conservó la vieja vestimenta de Pablo, tejida de hojas de palmera, para usarla en las grandes festividades.

  A san Pablo, que murió el año de 342, a los 113 años de edad y 90 de vida eremítica, y a san Antonio, que murió a los 105 años de edad, en el 356, se les festeja el 15 y el 17 de enero respectivamente. El culto a Antonio empezó en la Iglesia de Oriente desde su muerte, pero en la latina hasta el siglo IX, tras de que sus restos, que habían estado primero en Alejandría y Constantinopla, fueron trasladados a Vienne, en Francia. Desde ahí su fama se extendió por toda la cristiandad, a fines de la Edad Media, dando pie al surgimiento de los Hermanos Hospitalarios puestos bajo su advocación, los cuales, si bien al principio sólo pretendían ofrecer hospedaje gratuito a los que fuesen a visitar el cuerpo de san Antonio, pronto se entregaron ¿en Clermont, 1096¿ a atender a los atacados por la lepra o la especie de epidemia de erisipela gangrenosa conocida con el nombre de "fuego de san Antonio" ¿afección que producía agudos dolores de vientre, retortijones y alucinaciones, pudiendo ocasionar la amputación de miembros y la muerte¿ que azotó a Europa en el siglo XI; de ahí que a san Antonio se le considere protector no sólo de los animales, sino también contra la peste y diversas enfermedades.

  Los clérigos regulares de la orden de san Antonio Abad, también conocidos como antoninos, no tardaron en extenderse por casi toda Europa. A las 37 casas que tuvieron en España ¿ 23 en los reinos de Castilla y de León, y 14 en los de Aragón y Navarra¿, se vinieron a sumar las establecidas en los virreinatos de la Nueva España y del Perú. La devoción a san Antonio Abad llegó a Nueva España poco después de consumada la caída de Tenochtitlan, como se desprende del hecho de que en 1530, un vecino de nombre Alonso Sánchez, que deseaba fundar una ermita dedicada al santo, obtuviera un solar extramuros, en la importante calzada de Iztapalapa, que era una de las entradas a la ciudad mexica de Tenochtitlan.4 Años después, dicha ermita pasó a ser atendida por los regulares de san Antonio Abad, quienes junto a ella fundaron el hospital y levantaron su priorato y templo. Sin embargo, no ha podido establecerse aún la fecha en que éstos llegaron a México, pues mientras que unas fuentes indican que su presencia data de 1562, otras apuntan a que ello ocurrió hasta 1627 o 1628, lo que parece más correcto si tomamos en cuenta lo asentado por el cronista Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin, quien además de vivir en ese sitio señaló que Diego Muñón y su esposa Leonor Marín, además de ser los patronos "de la iglesia de San Antón Abad en Xoloco de México", fueron los padres de fray Agustín del Espíritu Santo, quien fue el "religioso fundador de la orden y religión del señor san Antón"; y más cuando agrega que a la muerte de éste, en 1624, la ermita quedó vacía, pues para entonces aún no habían llegado sus hermanos espirituales de España.6 Sea como fuere, se debe al visitador fray Juan Domínguez Araoz la rehabilitación del hospital ¿que amén de pequeño estaba en ruinas¿ y la construcción de la iglesia, en 1671, Y si bien la devoción a san Antonio creció a tal punto que en 1724 fue nombrado patrono de la ciudad de México, la casa de los antoninos en México se vio envuelta en el mismo proceso de deterioro que la orden estaba viviendo en España. Como para fines del siglo XVIII ninguna de las 38 casas de la orden, incluida la de México, contaba con el número necesario de religiosos y la disminución de las limosnas de los fieles no permitía su subsistencia,8 Carlos III obtuvo en 1787 del papa Pío VI la extinción de la orden en todos sus dominios.9

  Dentro de la vida de san Antonio Abad, dos son las escenas que más suelen ocupar la atención de los artistas: la de las tentaciones y la de la visita que hizo a san Pablo ermitaño. Del segundo pasaje, que es el que nos interesa, cabe recordar dos cuadros de la escuela española: un lienzo de 1582, hecho por Alonso Sánchez Coello para uno de los altares de El Escorial, y la hermosa versión que, ya entrado el siglo XVII y para la ermita de San Pablo en el parque del Buen Retiro (hoy en el Museo del Prado), hiciera Diego Velázquez a partir de un modelo de Durero.10  La pintura realizada en Nueva España por Echave Ibía podría ubicarse cronológicamente entre una y otra, ya que acaso fue realizada alrededor del año de 1628 en que, como hemos apuntado, se piensa que se establecieron en México los antoninos. Sea como fuere, no deja de ser interesante advertir que comparte con aquéllas algunas semejanzas que van más allá de representar el mismo tema. Así, en la indumentaria y en lo anguloso de las extremidades de los ermitaños recuerda algo a Sánchez Coello, y en la inclusión de las empequeñecidas escenas secundarias dentro del amplio paisaje, a la versión de Velázquez.

  Para el arte, a san Antonio se le gustó representar vestido no con la túnica de piel de cordero y el sayal de que nos hablan las crónicas, sino con el hábito que adoptarían los miembros de su orden hospitalaria. Es así como le ha representado

Echave Ibía, pero no deja de llamar la atención que éste no haya representado el puerquito que usualmente le acompaña,11 y a cambio incorporara los animales mencionados, mismos que no se puede descartar que figuren en relación con el patronazgo que tradicionalmente se ha aceptado de san Antonio Abad sobre los animales; empero, como en este caso la mayoría tienen carga negativa, es posible que aludan en clave simbólica a ciertos vicios, como la lujuria, y que se les pudiera relacionar con las famosas tentaciones que tuvo que sortear.

  Por otro lado, llama la atención la amplitud del paisaje representado por Echave Ibía, al que le ha concedido prácticamente la mitad de la composición; adviértase cómo ha organizado la superficie rectangular en dos formas trapezoidales prácticamente iguales, mediante el eje diagonal que desciende de izquierda a derecha, colocando la escena principal en una, y reservando la otra para la representación de ese convencional y luminoso paisaje con peñas prismáticas que mucho recuerda a Joachin Patinir y en general a los pintores flamencos activos en el paso del siglo XVI al XVII, lleno de silencio y de poesía, de ejecución abocetada y ligera. En abono de esta idea existe consenso en admitir que desde fines del siglo XVI llegaron a México láminas flamencas en considerables cantidades, y si, como es fácil suponer, muchas de ellas participaban de las características señaladas, nada impide concluir que terminaran por incidir en el gusto de los clientes y de los artistas activos en la Nueva España. De ahí le vendría a Echave Ibía el gusto por incorporar a sus composiciones ese tipo de paisajes de entonaciones azulosas. Empero, la inclusión del paisaje pudiera también tener que ver con la respuesta que alguna vez dio san Antonio a unos filósofos paganos que le preguntaron que cómo le hacía para vivir sin libros en la soledad, y él contestó que la naturaleza era su gran libro y que ése suplía todas las obras.

  Manuel Toussaint encuentra que justamente una de las principales características de este pintor es su afición a incluir paisajes en armonías de azules. Fue a la vista de la reiterada incorporación de los mismos que pudo conformar un grupo de obras, el cual, a su vez, le permitió rescatar a su autor de las sombras en que hasta ese momento había permanecido olvidado. En efecto, al estudiar la producción reunida en torno a Baltasar de Echave El Viejo ¿al que ahora conocemos como Orio¿, y a Baltasar de Echave El Mozo ¿al que ahora conocemos como Echave Rioja¿, Toussaint advirtió que varios cuadros compartían esa predilección por incluir perspectivas huidizas de azules vivos, en los que se daban cita ríos, árboles, montañas y cielos al fondo, y concluyó que siendo de una misma mano, no era ésta la de ninguno de aquéllos. Le pareció tan significativa esa novedad que el propio Toussaint llegó a proponer que, para diferenciar al nuevo Echave de los otros dos que tenían el mismo nombre, se le conociera como "el Echave de los Azules". Y aunque este autor exagera al decir que Echave Ibía fue el primero en incluir paisajes en el medio novohispano ¿pues antes que él Luis Xuárez ya había mostrado buena disposición para ellos en sus trabajos¿, sí podemos convenir en que no sólo fue el primero en concederle tanta importancia, sino que es uno de los artífices que desde más temprano los incluyeron y lo hicieron con más interés y calidad.

  Se ignora cuándo ingresó esta pintura al acervo que hasta hace poco se exhibió en la Pinacoteca Virreinal de San Diego, pero es casi seguro que se trata del cuadro que se enlista con el número 120: "Escuela mexicana. San Pablo y San Francisco de Paul  [sic], lámina. Echave el Viejo, original", en la relación de las pinturas que pertenecieron al doctor don Eustaquio Barrón. Perteneció después a doña Cándida Añorga de Barrón, como nos lo deja saber Toussaint, quien tras recoger la noticia de que en el catálogo de su colección se consignaba una Conversión Je san Pablo ermitaño y san Antonio Abad, y de señalar que seguramente hay un error en eso de conversión, pues debería ser conversación, agrega que se trata "del cuadro que existe con igual asunto en las galerías". Con este dato nos informa, de paso, que para cuando estaba escribiendo dicho párrafo que incluyó en su célebre estudio de la Pintura colonial en México, el cuadro que nos ocupa ya había ingresado a las galerías de la Escuela Nacional de Bellas Artes, heredera de las colecciones de la antigua Academia de San Carlos. En efecto, ya lo menciona en dicho acervo Juan N. Pacheco en el año de 1932. Por lo mismo, resulta muy extraño que Toussaint no lo consignara en el Catálogo de pinturas de esa misma colección que presentó dos años después;16 si bien, para 1948, ya lo registra ahí, en otro trabajo suyo.