De medio cuerpo
en traje de civil, el presbítero Secundino González mira fijamente al
espectador, su cabello está peinado hacia delante y sus finos labios esbozan una
sonrisa; la depresión mandibular marca sus pómulos y exhibe una escasa línea
capilar arriba de la boca. Una de sus manos está a la altura del pecho, por
encima de la botonadura del chaleco, dejando ver tan solo el dedo pulgar,
mientras con la otra sostiene una voluminosa lima. Viste una camisa blanca con
el cuello desarreglado y abierto, y una chaqueta azul con los puños
desabrochados; una bolsa del lado izquierdo deja ver un pañuelo. Del chaleco verde
oscuro con botones dorados pende una gran leontina y prendido de la misma hay
un punzón cigarrero. Los pantalones negros completan el atuendo.1
Estos retratos
de personajes de la clase media ascendente son muestra de la amplitud de la
clientela del autor y de la utilización de elementos clásicos del género como
frutas, plumas de ave, libros y la taza de cristal para indicar actividades del
retratado. En las representaciones del sacerdote Secundino González, el artista
ha marcado claramente, mediante la ropa que viste, los objetos que lo acompañan
y las inscripciones al calce, las diferencias entre la investidura del ministro
religioso y el hombre común. José María Secundino González Apodaca fue
bautizado en Sayula, población localizada al sur del estado de Jalisco, el 2 de
julio de 1811; hijo de Rafael González y Elena Apodaca, sus abuelos paternos
fueron Juan Santiago González y Rita Robles Rico, y tuvo por abuelos maternos a
Gregorio Apodaca y María Lorenzana, miembros de la pequeña burguesía agrícola
de la región. Secundino realizó sus estudios en el seminario de Guadalajara y
pidió las órdenes sacerdotales en 1835 a los 26 años de edad.2
En el retrato de cuerpo entero, el pintor
señala con una abreviatura que el representado es presbítero, lo que confirman
el alzacuello y el traje negro. La taza de cristal puede interpretarse como
símbolo de honestidad y pureza;3 los libros apilados, la fuente de escribanía sobre
la mesa, y el libro en la mano son atributos de la dedicación al estudio de la
doctrina.4 Las sillas colocadas
al fondo en desafortunada proporción para intentar dar profundidad de campo son
muestra de la producción artesanal de la región; se fabrican con una especie de
palma que crece durante la temporada de lluvias en el lecho de lo que fuera la
laguna de Sayula, Jalisco, y todavía es posible verlas a la venta en
poblaciones de la zona. El tapete tejido de lana procedía de la cercana
población de Tuxpan, donde fue común este trabajo durante gran parte del siglo XIX.
Al igual que en el resto de las obras de
Estrada, se aprecia el cuidadoso dibujo en los detalles, evidente en el bordado
del mantel que cubre la mesa, la fuente de escribanía y la taza de cristal, en
contraste con la torpeza en el dibujo de las proporciones y en la dimensión
espacial.
Si nos atenemos a la fecha señalada en la
inscripción, el pintor realizó cinco días después la versión mundana del
retrato, en la que don Secundino sostiene una apetitosa lima, que dentro del
contexto puede interpretarse como símbolo del gusto,5 y exhibe su
punzón cigarrero. La camisa desabrochada es un indicativo de que ha sido
captado en momentos de descanso en la intimidad de su casa. Jaime Cuadriello señala
que: "El tratamiento del rostro mestizo de este hombre, en sombras y
textura, es mucho más cuidadoso respecto de la obra que le sigue y el contraste
con el fondo oscuro favorece la calidad y precisión del dibujo."6
Este retrato es mejor que la representación
formal del presbítero por las cualidades antes señaladas y por captar al
personaje en una actitud íntima y relajada, circunstancia poco común en otros
retratos de sacerdotes realizados en la provincia mexicana por la misma época.
Llama la atención que en ambas obras Estrada mencione que se trata de una
"copia original", este aparente contrasentido probablemente está
relacionado con el entrenamiento recibido por el pintor en la Academia de
Guadalajara, en donde se les hacia copiar modelos de yeso y de estampa. En el
curso del año de 1827 el pintor obtuvo el primer lugar en "copia de
figuras".
El retrato de don Filomeno Vázquez puede
compararse por su esquema de composición con el de un hombre desconocido que se
encuentra en el Museo Regional de Guadalajara. En este retrato, al igual que en
el de don Filomeno, el personaje sostiene una pluma de ave con la mano derecha
y con la izquierda una tarjeta en donde está escrita una dedicatoria a don Matías
Acosta; también se aprecia el extremo de una mesa de madera con una fuente de escribanía.
La única diferencia es que el personaje anónimo se encuentra de pie. Hasta
ahora no se ha identificado la profesión del señor Vázquez ni tampoco el
personaje al que está dedicada la obra: el bachiller Lorenzo Vázquez. Un fraile
de nombre José de Jesús Vázquez, originario de Juchipila, Zacatecas, fue
retratado por Estrada en 1842, no obstante, no se observan similitudes
fisonómicas.
En la representación del señor Filomeno Vázquez,
es evidente la incapacidad de Estrada para solucionar la perspectiva y volumen
que exige la postura sedente, por lo que se concentra en el cuidadoso dibujo
del vestuario y la fisonomía del rostro. El traje blanco sobre el fondo oscuro
confiere al rostro una luminosidad que destaca la detallada expresión facial,
así como la calidad de las texturas de la ropa.
Las tres pinturas fueron realizadas al óleo
sobre lámina, lo que puede ser un indicador de la circunstancia del encargo y
las posibilidades económicas del cliente. Para darnos una idea de los precios
cobrados por la realización de un retrato podemos tomar como ejemplo que José
María Estrada cobró 18 pesos por un retrato de don Juan Manuel Caballero
pintado en tela;7 una lámina de
las dimensiones aquí señaladas costaría la mitad, por tanto es de suponer que
el padre Secundino y don Filomeno Vázquez pertenecieron a una clase media alta
y no formaron parte de la oligarquía jalisciense. Sobre la importancia
económica que adquirieron los talleres de retratistas en Guadalajara durante la
primera mitad del siglo XIX, me parece relevante señalar que el censo de
hacienda levantado en 1861 los ubica entre los diez principales negocios
comerciales de la ciudad con una inversión de 4 625 pesos.8
Por su estilo y características estéticas,
los retratos realizados por José María Estrada son representativos de una
amplia producción del género que se extendió por varias ciudades y pueblos de
Guanajuato, Jalisco, Puebla y Veracruz, cuya característica principal es la
interpretación que sus autores hicieron de los postulados enseñados por
maestros provenientes de la Academia de San Carlos, y de esquemas de
composición observados en estampas o en la pintura colonial, para satisfacer
las necesidades planteadas por la nueva sociedad demandante de una pintura por
encargo diferente de las imágenes religiosas. Esta circunstancia propició una
nueva relación entre los artistas y el público, los primeros comenzaron a
presentarse como profesionistas independientes y los consumidores a considerar
a la pintura de retratos como rasgo distintivo de posición social. Cada retrato
es el testimonio del reconocimiento de la personalidad y los sentimientos
individuales; es la biografía de un nuevo ciudadano que celebra la memoria
visual como vínculo afectivo. José María Estrada firmó algunos trabajos con la
leyenda en latín fecit (lo hizo), y el retrato de Filomeno Vázquez está
firmado por "el ciudadano José María Estrada". Al margen de ser
considerados como documento invaluable de tipos y costumbres, los retratos
producidos en la provincia mexicana durante la primera mitad del siglo XIX
conforman la galería de una sociedad que celebra en lo más íntimo su
sensibilidad y dolor como el testimonio de la vida cotidiana.
Arturo Camacho.
Inscripciones
[46. En el
margen inferior:]
Copia original,
de D.J.M.S.G.A. que se sacó, por José Mü. Estra- / da, el día 23 de Obre, de 1845
á los 34. años 4. meses de su edad.
NOTAS
1 Las
descripciones de los retratos de Secundino González están basadas en las que
redactó Jaime Cuadriello para el CD-ROM del Museo Nacional de Arte.
2 Los datos
anteriores se encuentran en el libro de Francisco Javier de Castaños y Cañedo, Aspirantes
al sacerdocio en el obispado de Nueva Galicia, México, Instituto de
Investigación Histórica y Genealogía de México, 1982.
3Véase Julián
Gállego, Visión y símbolos en la pintura española del siglo de oro, parte
II, capítulo II: "Interpretación simbólica del objeto real", 4a. ed.,
Madrid, Cátedra, 1996, p. 202.
4 Hubert Gravelot
y Charles-Nicolas Cochin, Iconología, traducción de María del Carmen
Alberú Gómez, 1 a. ed., México, Universidad Iberoamericana, 1994, pp. 217 y
218.
5 Gállego, op.
cit., p. 200.
6 Cuadriello,
fuente citada.
7 Leopoldo
Orendáin, "Pintores jaliscienses del siglo xix", en Et Caetera, Guadalajara,
t. 1, núm. 2, abril-junio de 1950, p. 98.
8 Arturo Camacho
y Guillermo Ramírez Godoy, Cuatro siglos de pintura jalisciense, 1 a.
ed., Guadalajara, Cámara Nacional de Comercio de Guadalajara, 1996, p. 51.