Museo Nacional de Arte

Retrato del padre Manuel Justo Bolea




Búsqueda Avanzada

Retrato del padre Manuel Justo Bolea

Retrato del padre Manuel Justo Bolea

Artista: JOSÉ DE ALZÍBAR   (1730 - 1803)

Fecha: ca. 1784
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Transferencia, 2000. ExPinacoteca Virreinal de San Diego.
Descripción
Jaime Cuadriello. Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte Pintura Nueva España T. II pp.69

El padre Bolea, presbítero oratoriano, de tres cuartos y medio cuerpo, con traje talar, alzacuello y solideo de casquete negro, con borla en la punta. Es un hombre maduro, que frisa el medio siglo, de tez blanca, pelo castaño, ojos azules, casi cejijunto, nariz chata y bulbosa, comisuras pronunciadas y papada generosa. Fija la mirada en un punto lejano, por lo cual adquiere un semblante pensativo o al menos ausente. Da la impresión que ha interrumpido la lectura, ya que con una mano sostiene un sombrero y con la otra su pequeño breviario, que se mira semiabierto y desprendido uno sus broches, y entre cuyas páginas introduce el dedo índice. En el pecho luce un prendedor de plata incrustado de piedras y al centro, reflejando la calidad visual de un esmalte, el escudo oval del Tribunal del Santo Oficio; conforme a su cargo de notario inquisitorial que lo acredita, además, como cristiano viejo. En la hombrera de la capa, bordada en hilos de plata, porta la insignia de la orden de Montesa, una cruz llana de gules y flordelisada (sobre esta parte de la capa, entre el hombro y el cuello, puede notarse un pentimento, ahora una sombra, que probablemente lo hubiese mostrado más corpulento).

  A sus espaldas se mira parte de un librero con varios volúmenes, en cuyos lomos, forrados de pergamino, se leen los siguientes títulos: dos tomos del Indice expurgatorio, la Suma Divina de santo Tomás de Aquino en dos volúmenes, las obras teológicas y morales de san Alfonso María Ligorio en un tomo, el Despertad catequístico de Guillen en un volumen y dos tomos del Año cristiano del jesuita francés Juan Croiset. Al pie, se ve una cartela cuya leyenda se transcribe líneas abajo.

Comentario

 

Don Manuel Justo Bolea y Sánchez de Tagle, oriundo del Real de Minas de Santa Fe de Guanajuato, nació de una "ilustre cuna" entre cuyos miembros se contaba el futuro obispo de Valladolid de Michoacán, don Pedro Anselmo Sánchez de Tagle (quien gobernaría esa diócesis entre 1758 y 1772). Aunque en su oración fúnebre se dijo que vio la luz el 19 de julio de 1738, el cronista José María Marroquí sitúa su fecha de nacimiento el 20 de agosto de ese mismo año. Lo cierto es que, como su obituario aseguraba, al momento de su fallecimiento en 1813 alcanzaba la edad de años. Estudió con los jesuitas en el colegio de San Ildefonso de México y recibió el título de bachiller en Sagrada Teología por la Real y Pontificia Universidad. Era dueño de una profunda vocación religiosa volcada al servicio del prójimo, propia de quien "le cupo una alma buena", por lo cual abrazó el estado eclesiástico sin titubeos, haciendo caso omiso de su fortuna familiar. Ingresó muy joven, a la edad de 19 años, siendo diácono, a la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri de la ciudad de México, en donde llegaría a ser un personaje sumamente emprendedor y con vuelo patriarcal. En el seno de su comunidad ocupó el cargo de padre prepósito o general durante cinco periodos, dos de ellos consecutivos: 1779-1782, 1791-1794, 1794-1797, 1809-1812, 1812 - 1815. Fue modelo, guía y apoyo para novicios y estudiantes, por lo que era considerado el padrino de los "sacerdotes perfectos". Este ministerio entre las filas de la Iglesia lo desempeñó durante casi medio siglo, mediante "pláticas fervorosas, piadosas exhortaciones y saludables consejos". En suma, en su comunidad se le veía como "un ángel enviado por Dios para defensa de sus hermanos".
 
  Sus biógrafos coinciden en que su virtud principal fue "la caridad fraterna", la amabilidad de trato y la entrega exclusiva a los deberes de su ministerio: "La ocupación única de su vida, el hacer el bien, y una facilidad como innata a dar y socorrer a los necesitados y a todo lo que demandaba el auxilio de la limosna, ya en orden del prójimo, ya en orden del culto a Nuestro Señor." Gastaba cien pesos al mes en socorrer a las niñas huérfanas internas en los colegios y a las viudas desamparadas sin olvidarse, por su puesto, de las mujeres públicas arrepentidas. Por ejemplo: "El día de Santa María Magdalena distribuía camisas, enaguas y rebozos para cada una de aquellas que se hallaban en la Casa de Recogidas." Cientos de mujeres solas, pues, quedaban "bajo la custodia del Ángel Bolea".
 
  Tal parece que don Manuel mantuvo una preocupación, casi obsesiva, por el problema social de "la mujer caída" e hizo de su redención todo un proyecto de vida, al grado de sufrir la murmuración y la calumnia. No en balde su panegirista fúnebre se preguntaba: "¿Peligran las jóvenes por los atractivos de su tierna edad entre la turba de impíos antojadizos que, según nos los pinta el Sabio P. Manuel, recorren indistintamente los prados y pretenden ajar cuantas fragantes rosas descubre su insaciable apetito?" Por eso su empresa caritativa más palpable estaba en "el número crecidísimo de jóvenes de ambos sexos a quienes sustentó y auxilió para su educación y colocación, sus innumerables y continuados socorros a los pobres de todos los estados y condiciones".
 
  Sin embargo, este magno proyecto para reclusión de doncellas ilegítimas o desamparadas, que se conoció vulgarmente con el sobrenombre de "Colegio de las Bonitas" (gemelo en envergadura arquitectónica a lo que fue el Hospicio Cabañas en Guadalajara), no sólo le acarreó a sus albaceas enormes problemas jurídicos y financieros, sino que al mismo Bolea la murmuración, o incluso el escarnio público, venido de los individuos más impíos y maliciosos: "Con motivo de esta fundación, y porque en efecto, aunque socorría generalmente todas las necesidades, pero particularmente merecían su atención las muchachas abandonadas, que dotadas de la cualidad seductora de la hermosura corporal se hallaban más expuestas que otras que no disfrutaban de este don, las más de las veces funesto a caer en las redes del vicio por su mayor atractivo; y esta conducta del P. Bolea fue y aún es ridiculizada y extrañada por la maligna crítica de algunos incapaces de sentir y conocer los motivos puros y de origen celestial que hemos indicado."10
  Tengo para mí que el inusual y curioso Patrocinio de la Virgen sobre las mujeres que hoy se conserva en las galerías de la Casa Profesa, fechado en los primeros años del siglo XIX, es una alusión histórica, de carácter corporativo y ejemplar, a los afanes caritativos y reformadores del padre Bolea; quien no sólo veía por la salvaguarda de las hijas de Eva sin distingo de extracción social, como se ve en este patrocinio, sino que las ponía bajo el amparo de la Virgen compartiendo penas, redención y agradecimiento. Allí aparecen arrodilladas y contritas, no por casualidad, la viuda enlutada, la monja de velo, la doncella de mantilla, la beata cubierta, la recogida arrepentida y las mestizas enrebozadas; las cuales, como se ha dicho, se beneficiaban del obsequio de esas prendas populares de recato (los rebozos), durante la festividad de santa María Magdalena, por mano de su munificente protector.
  Entre otros institutos sobre los que derramó sus caudales, tanto para las obras de decoro como de auxilio, deben mencionarse: "El Santuario de Nuestra Señora de los Dolores de Tenancingo, en el que ocupó gruesas sumas; el Colegio de Belén, las capuchinas de Nuestra Señora de Guadalupe, a quienes ayudó mucho en la consolidación de su fábrica; la magnífica y costosa colgadura de terciopelo que adorna el templo de la Profesa, emprendida y ejecutada por su solicitud y afanes, con otras muchas alhajas y ornamentos de dicho templo.
 
 De hecho, hay que destacar que a su iniciativa y respaldo se debe la transformación neoclásica del interior del viejo templo de los jesuitas y la encomienda que hizo para tal fin al escultor y arquitecto don Manuel Tolsá: "Todos los nuevos y primorosos retablos, mayor y colaterales, que en el día hermosean el magnífico templo de la Casa Profesa, que ocupan los padres del Oratorio. Erige no uno, como un Jacob, sino muchos y preciosos tabernáculos, donde se representa el admirable sacrificio de nuestra salud. Y a donde se dirija la vista en los paramentos sacerdotales, en los vasos sagrados, en el adorno exquisito del templo, [se hallarán] otros pregoneros de su celo y de sus solicitudes."   Murió el 10 de junio de 1813 cuando se hallaba al frente de su comunidad y, por su trayectoria para los progresos de esa casa de ejercicios y asilo eclesiástico, mereció unas solemnes exequias y la predicación y publicación de una Oración
 
fúnebre, compuesta por el dominico español fray Francisco Roxas y Andrade. Por decisión propia quedó sepultado en la capilla de Nuestra Señora de los Dolores de la misma Casa Profesa, dejando testimonio, así, de la devoción mariana a la que había consagrado sus afectos y desvelos. Este "patriarca ilustre de grandes virtudes temporales y espirituales dispensadas a la sociedad cristiana", en realidad encajaba en el perfil de lo que entonces se llamaba un moralista filántropo, dedicado a extirpar las decadencias y miserias de un siglo por demás relajado e incluso libertino. No es una casualidad que la figura del padre Bolea haya sido exaltada, precisamente, como la de un presbítero ejemplar e intachable, usada para desmentir a la "crítica mordaz y sangrienta" que se alzaba en contra de "los sagrados ministros" del estado eclesiástico. La buena fama de Bolea era, pues, un valladar ante el cual se estrellaba la maledicencia de los cínicos jacobinos o de "los corifeosde Voltaire".
  Este cuadro firmado y fechado en 1784 debió ser encomendado, pues, para dejar constancia de su primera etapa al frente de esa hermandad de clérigos seculares, asociados por las virtudes de la unión y la concordia. Sin embargo, dados los elementos heráldicos y los títulos de su biblioteca, es posible que el padre Manuel Bolea haya quedado representado, más que como un respetado prepósito del Oratorio, en su papel de "Notario, revisor, expurgador del Santo Oficio de la Inquisición de esta Nueva España y su comisario de corte", tal como asevera la leyenda puesta al calce. En efecto, la condecoración inquisitorial, que es el distintivo de un "familiar" o comisario de ese tribunal, es la prenda que más se destaca entre sus atributos y, desde luego, los dos gruesos tomos del terrible "índice" condenatorio, del que sin duda se valía para desarrollar sus trabajos de censura literaria. Pero, amén de haber sido un asiduo lector, al parecer el padre Bolea fue un estudioso casi ágrafo, ya que los bibliógrafos don José Mariano Beristáin y don José Toribio Medina no lo incluyen entre los autores que en esa época mereciesen que sus escritos pasaran a la letra de imprenta.15 Sin duda, esta actividad inquisitorial le ponía al alcance de los ojos, para escrutinio, una sustanciosa y variopinta biblioteca tanto para juzgar como para formarse juicio y simplemente a ello consagró sus desvelos, sin ufanarse jamás de ser autor literario.16
  El pintor José de Alzíbar, quizá como un reconocimiento a su consistente trabajo para los padres oratorianos, había recibido desde 1767 la encomienda de realizar el magno patrocinio josefino sobre la casa de San José el Real (hoy en la Profesa), con los retratos, puestos de hinojos, de todos los congregantes, entre los que se adivina el rostro de Bolea mucho más joven (el segundo en la fila alta de la izquierda). La leyenda asegura, además, que ingresó al Oratorio en el año de 1758, a la edad de 19 años. En el patrocinio, pues, tendría  28 años y aún le faltaban 17 para asumir por primera vez el cargo de padre general.
  No es una casualidad que en la galería de padres prepósitos que aún se conserva en la Sala Newman de la Casa Profesa, media docena de los retratos se encuentran firmados o puedan atribuirse a su pincel. Por eso, con sobrada razón, don Luis Ávila Blancas ha dicho que este artista "bien puede llamársele Pintor del Oratorio de México, así como de la Compañía de Jesús [lo fue] Miguel Cabrera".17 Este mecenazgo filipense, del que Alzíbar parece haberse beneficiado sistemáticamente, al menos con otro patrocinio real y el llamado cuadro de El ministerio de san José (hoy en el Museo Nacional de Arte), lo colocaban en situación para poder trabajar en estrecha comunicación con sus modelos, sin duda retratados en vivo; y, como en este caso, conferirles a cada uno su correspondiente dignidad intelectual, compendiada o sugerida en los títulos de las estanterías que allí se miran. Además, el prestigio del artista en ese año de 1784 debió de aumentar considerablemente, dado su reciente ingreso como maestro teniente de director de la Academia de San Carlos y, sobre todo, por sus donaciones de pintura el año de 1781, con las que se formó el pie de cría de las galerías de ese plantel.
  Alzíbar era, en efecto, un solicitado retratista (esmerado en el dibujo como se aprecia en este caso), que lo mismo se granjeaba el favor del virrey o el arzobispo como del primer abad de Guadalupe, o que igualmente era solicitado por las clausuras femeninas y la nobleza. En el Oratorio filipense no sólo debió tener uno de sus más fuertes bastiones de mecenazgo y prestigio sino que, en tanto epígono de la escuela cabreriana, es bien sabido que su figura se consolidó merced a su "gran crédito y fama el arte de la pintura" (ya muerto Cabrera)18 y luego se mantuvo como "el pintor más notable de la Nueva España" de fines del siglo XVIII (muerto Vallejo), según lo dijera en 1795 en sus obras guadalupanas el canónigo Conde y Oquendo.
 
  Hay que notar que en éste, como en otros retratos de los filipenses, el artista ha sido respetuoso del formato en tres cuartos, con la mirada girada hacia el flanco derecho del retratado, con el que se sigue una direccionalidad uniforme en la mayor parte de la galería de las efigies de los padres del Oratorio. Sin embargo, la posición de tres cuartos, que le permite delinear y contrastar la mitad del rostro en una zona de sombras, y el conocido recurso de la mano entreabriendo el breviario, parece que constituyen todo un cartabón, habida cuenta de una comparación con su Retrato de sor Ana Josefa del Corazón de Jesús, del Museo de Tepotzotlán. Por cierto, no deja de ser inquietante que este retrato de toma de hábito sea el de la misma monja oriunda de su querido pueblo de Tenancingo que, según la leyenda del retrato que nos ocupa, el mismo padre Bolea había protegido y dotado para hacerla ingresar al claustro de Regina Coeli. Este nuevo retrato comisionado a Alzíbar sería, acaso, una forma de aludir a sus bien conocidas intervenciones como protector de almas en peligro de descarrilamiento y, al mismo tiempo, una evidencia más del mecenazgo que el clérigo ejercía en los recogimientos y las clausuras femeninas. En ambas efigies, además, es notorio el descuido con que el artista realizó las manos, telas y otros accesorios, contrastando con el dibujo preciso y las encarnaciones de los rostros.
  Algo de su postrer fama debió influir para que el retrato del padre Bolea, el único enlistado de este pintor texcocano en las Galerías de San Carlos, fuese remitido para figurar en la Exposición Internacional de Filadelfia de 1875-1876.20 La obra, pues, debió llegar a la Academia con anterioridad, procedente de la Casa Profesa (aunque otra vía pudo haber sido el Tribunal del Santo Oficio). Habida cuenta del interés que mostraba don José Bernardo Couto por este pintor, al que señalaba como el epígono de la "antigua escuela mexicana", y con el que "se cierra el catálogo de nuestros antiguos pintores". Quizá también por haber sido uno de los maestros criollos fundadores de esa institución, que desde mediados del siglo XVIII habían reivindicado su pertenencia a un arte liberal. Es posible, igualmente, que el recuerdo del padre Bolea como uno de los grandes comitentes de don Manuel Tolsá, diseñando el plano del Colegio de las Bonitas o en la ampulosa redecoración de la Profesa, haya tenido algo que ver en la remisión de esta efigie a las galerías del plantel. Incluso, algo tuviera que ver en todo esto el parentesco del padre Bolea con el tantos años presidente de la Academia, don Francisco Manuel Sánchez de Tagle. Sin embargo, no hay mención alguna a esta obra en el Diálogo sobre la historia de la pintura en México de Couto. Formó parte del catálogo de pinturas del Museo Nacional de Artes Plásticas en 1934. Ingresó al Museo Nacional de Arte en el año 2000, procedente de la Pinacoteca Virreinal de San Diego.
Inscripciones
P D. Manuel Justo Bolea Sanches de Tagle, Presbítero de la R.' Congregación del Oratorio de N. P. S. Fe- / lipe Neri de Mex.co en donde entró á 23 de Junio del a." de 58, de edad, de 19.
a\ 11. meses,y há obtenido los Cargos de Pre- / pósito, Diputado, Ministro, Procurador Gen.1 Prefecto del Oratorio Parvo, y de la Doctrin" Christiana. Notario, Revisor, / y Expurgador dél S.t0 Oficio de la Inquicision de ésta Nueva-España,y su comisario de Corte. / / [En letra más pequeña, se agregó más tarde:] Y quie. Protegió,y Dotó a la R. M.Anna Josefa de Sra Sta.Ynes Religiosa de Choro,y Velo negro, en el Sagrado Convento de la Natividad de N Sra y Regina Coeli.