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Campesinos




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Artista: DAVID ALFARO SIQUEIROS   (1896 - 1974)

Fecha: ca. 1913
Técnica: Pastel sobre papel
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA. Donación Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, 1993
Descripción

Imagen localizada en el catálogo de la exposición página 22-23

Descripción:

"Sin duda, el muralismo mexicano tiene en la figura del campesino un asunto de primer orden. Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros insistieron en darle realidad a un mundo antes carente de justicia e igualdad a través de la puesta en cuadro de los habitantes regionales por antonomasia, los que en un pasado cercano habían sido los reprimidos y que, en la libertad de los lienzos, conseguían notoriedad y atención. En otra escala, en otra proporción y con otros recursos, las Escuelas de pintura al aire libre consolidarán un código plástico de fuerte urdimbre rural.

p. 24, 27

(López Velarde Estrada, Mónica, 2003, p. 24, 27)

"En los años de la revolución y postrevolución, el manejo del paisaje se torna más sintético, de acuerdo con las tendencias formales y conceptuales de vanguardia del momento. En la segunda década del siglo priva la influencia de Gerardo Murillo (Dr. Atl), cuyas vistas del paisaje local con colores y formas sintéticas resaltan su valor simbólico y, como experiencia afectiva, aprehensible a nivel de expresión. El dibujo al pastel de gran formato, Campesinos (ca. 1913) de David Alfaro (quien pronto reemplazará la firma de Alfaro con la de Siqueiros), refleja claramente las enseñanzas de Murillo, tanto en la especial atención a elementos emblemáticamente referenciales a "lo mexicano" (es el caso del nopal y el órgano) como por la influencia japonesa que se muestra en la composición, reemplazado la estructura académica tradicional con rasgos tomados de modelos "otros" que proponen una renovación de la mirada, la construcción de un punto de vista moderno. Así, el protagonismo de la tierra, cuyos gestos registrados en pastel se reiteran dando un movimiento vibrátil al dibujo, se encuentra balanceado por la postura vertical y la monumentalidad de escala y anatomía de la joven pareja rural que ocupa el primer plano. Esta obra se enmarca en el contexto de la primera Escuela de Pintura al Aire Libre fundada por Alfredo Ramos Martínez en 1913 como parte del programa de la Escuela Nacional de Bellas Artes que proponía una renovación de los métodos didácticos, con base en planteamientos impresionistas y postimpresionistas. Las figuras de los campesinos en esta obra recuerdan la exaltación de los modelos de las clases populares que fue introducida en la academia en aquellos años por el propio Ramos Martínez y por Saturnino Herrán. Así, por medio de las Escuelas, los artistas en formación entraron directamente en contacto con el entorno semirural de la ciudad de México provocando una observación del paisaje no sólo como espectáculo estético nacional, sino como una apreciación del entorno de personas de carne y hueso, y no sólo de "tipos costumbristas". La identificación del paisaje con los ideales políticos de la revolución y de la reforma agraria, influyó en la representación de la tierra como fuente de bienes y trabajo, no sólo para los grandes terratenientes sino para los trabajadores. La descripción heroica y dignificante de las figuras en la obra del joven Siqueiros, rememora notablemente el trabajo de Herrán en este sentido. "

(Cordero Reiman, Karen, 2003, p. 47)

“…Sin duda, el muralismo mexicano tiene en la figura del campesino un asunto de primer orden. Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros insistieron a darle realidad a un mundo antes carente de justicia e igualdad a través de la puesta en cuadro de los habitantes regionales por automasia, los que en un pasado cercano habían sido reprimidos  y que, en la libertad de loa lienzos, conseguían notoriedad y atención.”

(p.46) En los años venideros de la revolución y posrevolución, el manejo del paisaje se torna más sintético, de acuerdo con las tendencias formales y conceptuales de vanguardia del momento. En la segunda década del siglo priva la influencia de Gerardo Murillo (Dr.Atl), cuyas vistas del paisaje local con colores y formas sintéticas resaltan su valor simbólico y, como experiencia afectiva, aprehensible a nivel de expresión. El dibujo al pastel de gran formato, Campesinos (ca.1913) de David Alfaro (quien pronto reemplazará la frima de Alfaro con la de Siqueiros), refleja claramente las enseñanzas de Murillo, tanto en la especial atención a elementos emblemáticamente referentes a “lo mexicano” (es el caso del nopal y el órgano) como por la influencia japonesa que se muestra en la composición, reemplazando la estructura académica tradicional con rasgos tomados de modelos “otros” que proponen un renovación de la mirada, la construcción de un punto de vista moderno. Así, el protagonismo de la tierra, cuyos gestos registrados en pastel se reiteran dando un movimiento vibrátil al dibujo, se encuentra balanceado por la postura vertical y la monumentalidad de escala y anatomía de la joven pareja rural que ocupa l primer plano. Esta obra se enmarca en el contexto de la primera Escuela de Pintura al Aire Libre fundada por Alfredo Ramos Martínez y por Saturnino Herrán. Así, por medio de las Escuelas, los artistas en formación entraron directamente en contacto con el entorno semirural de la cuidad de México provocando una observación del paisaje no sólo como espectáculo estético nacional, sino como una apreciación del entorno de personas de carne y hueso, y no sólo de “tipos costumbristas”. La identificación del paisaje con los ideales políticos de la revolución y de la reforma agraria, influyó en la representación de la tierra como fuente de bienes y trabajo, no sólo para los grandes terratenientes sino para los trabajadores. La descripción heroica y dignificante de las figuras en la obra del joven Siqueiros, rememora notablemente el trabajo de Herrán en este sentido.

                Este enfoque prosrevolucionario hacia una representación del entorno rural como un ámbito de vivienda y trabajo para el campesino, implicaba una revolución plástica de lo local y lo cotidiano que se refleja en Embarcadero de Ocotlán (1933) de Fermín Revueltas y Troje (1943) de María Izquierdo. Aquí el encuadre del paisaje es mucho más cerrado y cercano que en Velasco o en Campesinos de Siqueiros, creando un sentido de intimidad, de que estamos en el ámbito rural, identificándonos con él, no observándolo desde la distancia. Se busca recrear la mirada justamente de quien habita en este espacio y, a través de recursos plásticos retomados de la vanguardia europea y adoptados al contexto nacional, captar estados de ánimo y relaciones afectivas con el contexto. En la obra de Revueltas el manejo expresivo y antinaturalista del color, que constituye en este autor u tipo de “favismo mexico”, permite evocar, por medio de la imagen, tonos y ritmos que convierten sus piezas en símiles de una composición musical, evocadora de realizaciones cálidas, personales y armónicas, reiteradas en la estructura y síntesis geométrica de sus formas.

                Troje de María Izquierdo, en cambio, nos ubica en una relación incómoda con los elementos representados, naturales y construidos. Sin embargo, esto no es porque sugieren una suerte de “otredad” exótica, sino porque tanto los árboles como las casas y el granero o coscomate parecen cuerpos: en los sutiles distorsiones espaciales o en el caso del árbol, su amputación de un miembro, pierden su integridad como  signo lingüísticos neutros, representaciones típicas categorizables, para abordarnos como seres vivos, espejos de nuestra propia angustia y sensación de abyección. Curiosamente, sólo animales habitan éste lienzo, y sin embargo la obra se completa en nuestra humanidad que rellena y se proyecta sobre los vacíos vitales. También influida por las Escuelas de Pintura al Aire Libre, pero en una etapa posterior en la que asumieron una tarea de educación artística popular2(Más adelante en este texto se profundiza en el tema de las Escuelas de Pintura al Aire Libre y sus diversas etapas.), Izquierdo adopta un estilo deliberadamente naïf que compagina su familiaridad y fascinación por el mundo rural con una postura estética que rechaza contundentemente el distanciamiento estetizante del tema. Esta obra forma parte de una serie de obras realizadas por la artista jalisciense entre 1942 y 1945, que retoman insistentemente los mismos motivos, en variaciones diversas, pero en las que el coscomate, construcción local curiosa, aparece reiteradamente.