Museo Nacional de Arte

La muerte de Sócrates




Búsqueda Avanzada

La muerte de Sócrates

La muerte de Sócrates

Artista: RAMÓN SAGREDO   (1834 - 1873)

Fecha: 1858
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA Acervo Constitutivo, 1982
Descripción

Descripción

El interior de la celda en donde Sócrates se halla confinado, por disposición de las autoridades atenienses, quienes lo han condenado a morir mediante la ingestión de cicuta machacada y disuelta. Es la hora señalada para las ejecuciones, a la puesta del sol. Sócrates, sentado en un lecho, tiene en la mano izquierda la copa con el veneno, mientras perora levantando el índice de su mano derecha en un gesto admonitorio. Un servidor negro está sentado a los pies del lecho, al lado del frasco en donde le ha llevado la cicuta al prisionero; se lleva la mano izquierda a la frente, en ademán de dolor. En torno al filósofo están distribuidos nueve de sus discípulos más cercanos. Tres de ellos están sentados, los demás de pie. Sus actitudes son de lo más variado. Tres de los más jóvenes no ocultan un sufrimiento exacerbado: uno se mesa los cabellos, otro llora de cara a la pared y otro más lo hace apoyado en el pecho de un amigo de mayor edad. El resto adopta una actitud más sosegada, pero entristecida y grave, ya mirando a Sócrates, ya ensimismados en sus reflexiones.

Comentario

En el catálogo correspondiente a la undécima exposición de la Academia de San Carlos (diciembre de 1858), se describe este cuadro como sigue.  Sagredo, quien el año anterior había pintado La ida al castillo de Emmaús, cuyo asunto se refería al tema de la muerte y la resurrección de un hombre excepcional, y su sacrificio redentor en pro del género humano, aborda ahora uno hasta cierto punto análogo: la muerte de un filósofo en aras de una utopía social, destruido por el poder de una oligarquía corrompida y temerosa de perder sus privilegios. Fue una muerte aceptada con absoluta tranquilidad y, según lo consigna Platón en el Fedón, Sócrates pasó las últimas horas de su vida discurriendo con sus discípulos acerca de una serie de evidencias demostrativas que le habían llevado a la convicción personal de la inmortalidad del alma. La diferencia reside en que, esta vez, el pintor se sustrae explícitamente del contexto cristiano para remontarse a la antigüedad "pagana".

            Tal parece que Sócrates estuviese pronunciando aquellas palabras que Platón, siguiendo el relato que le hace Fedón a Equécrates, pone en los labios del maestro como colofón a todo lo que se ha venido dialogando en aquella jornada postrera:

Así que, por todos estos motivos, debe mostrarse animoso con respecto de su propia alma todo hombre que durante su vida haya enviado a paseo los placeres y ornatos del cuerpo, en la idea de que eran para él algo ajeno, y en la convicción de que producen más mal que bien; todo hombre que se haya afanado, en cambio, en los placeres que versan sobre el aprender y adornado su alma, no con galas ajenas, sino con las que le son propias: la moderación, la justicia, la valentía, la libertad, la verdad; y en tal disposición espera a ponerse en camino del Hades.La figura de Sócrates representa ejemplarmente al hombre dispuesto a inmolarse por la justicia y la libertad, víctima de un poder pervertido que veía en él una amenaza por enseñarle a la juventud a conocerse y a pensar por sí misma, con el propósito de sentar las bases para construir una nueva polis. Y ya que aquel poder no puede condenarlo por un motivo político, se inventa un pretexto religioso: lo acusa de impiedad, por no reconocer a los dioses locales y por haber intentado introducir cultos nuevos y ajenos.

            Sagredo debe de haberse servido del mencionado diálogo platónico, en particular de sus páginas finales, para componer el cuadro. También es muy probable que haya conocido, a través de algún grabado, la célebre pintura de Jacques-Louis David con el mismo asunto. Pero hay diferencias evidentes, tanto como afinidades, entre ambas telas, y no sólo por tratarse apenas de un ejercicio estudiantil en el caso de Sagredo. Es análoga la ambientación (con una celda todavía más desnuda y simplificada en la pintura del mexicano), así como la disposición general de las figuras a la manera de un bajorrelieve, sobre un plano paralelo a la superficie pictórica. Pero si en David la figura de Sócrates centraliza la composición, en Sagredo se ve claramente desplazada hacia la derecha, en busca de un balance más asimétrico. El joven pintor mexicano evita la desnudez heroica que caracteriza al cuerpo a medias cubierto del filósofo pintado por David, con un claro propósito simbólico, y nos presenta a un Sócrates relativamente frágil, cual convenía a un hombre que había rebasado los 70 años. Tampoco incluye Sagredo las figuras de Jantipa, la mujer de Sócrates, y de uno de sus hijos, que se ven al fondo de la composición davidiana, remontando una escalera y alejándose de la escena mortuoria que está a punto de iniciarse; con ello, se gana en concentración aunque se pierde en expresividad dramática (por el contraste entre la presunta debilidad femenina frente a la supuesta contención masculina, cosa que en la realidad no se dio, porque a la hora de la verdad los discípulos estallaron en lágrimas y gritos, para el disgusto del imperturbable Sócrates, quien se vio obligado a reprenderlos).

            Ambos pintores redujeron deliberadamente el número de participantes que acompañaron a Sócrates en el cumplimiento de la sentencia, ocho en David, contra nueve en Sagredo (descontando en ambos casos a la figura del sirviente que aporta el tósigo) Y si bien es difícil identificar por su nombre a la mayoría de las figuras en el cuadro francés, más arduo, y en última instancia superfluo, resulta intentarlo en el del mexicano. Pero uno y otro se sirvieron de la muy conocida caracterización fisonómica de Sócrates, establecida desde la antigüedad clásica, con su cabeza gruesa y calva, sus ojos saltados y su nariz fruncida y chata, que lo asemejaban con un sileno o un sátiro. Platón, en la sección final de El banquete consignó este símil en boca de Alcibíades cuando, al hacer el elogio del maestro, contrastaba su fealdad física con la belleza de su alma. En el acervo escultórico de la Academia de San Carlos existía un retrato en yeso de Sócrates, copiado del antiguo, llegado en la remesa de 1790 y que desde entonces sirvió de modelo a los alumnos en la clase de Dibujo tomado del yeso. Sagredo seguramente vio este busto. Pero la iconografía socrática había conocido un incremento notable a partir de la época ilustrada. Fue entonces cuando se difundió la interpretación de Sócrates como un paladín de la razón erigido frente al fanatismo y la hipocresía.La admiración de los ¿filósofos¿ ilustrados, de Voltaire y Diderot para abajo, tuvo su equivalencia en las artes plásticas en la proliferación de las escenas relativas a su proceso judicial y a su ejecución. Antonio Canova, por ejemplo, modeló en cuatro relieves sucesivos la Apología de Sócrates ante los jueces, Sócrates despidiéndose de su familia, Sócrates bebiendo la cicuta y Critón cerrándole los ojos a Sócrates, que se conservan en la Gliptoteca de Possagno (con réplicas en Venecia y en Padua). En pintura, el asunto fue tratado en la segunda mitad del siglo XVIII por Abildgaard, Tischbein, West y Peyron, además de David.            Sagredo pintó esta tela en 1858, en plena guerra civil (la llamada de Tres Años o Guerra de Reforma), cuando liberales y conservadores pasaron a dirimir sus diferencias, ya no en la prensa y la tribuna, sino en los campos de batalla. ¿Sería lícito, pues, leer en este cuadro una apelación al imperio de la razón como valladar contra la intolerancia y el fanatismo, y en pro de la conformación de una generación de ciudadanos de nuevo cuño, reflexivos y responsables? Por desgracia, no se ha localizado ningún comentario crítico coetáneo, lo que en buena medida se explica por la convulsa situación política y militar que se estaba viviendo

            Acaso no sea casual que la figura de Sócrates haya tenido una presencia significativa en la pintura tapatía en los años inmediatos, en conexión con uno de los miembros de la Sociedad Jalisciense de Bellas Artes, cuyas simpatías con los idearios progresistas parecen incontrovertibles: me refiero al arquitecto y pintor Jacobo Gálvez. En la tercera exposición de aquella Sociedad, que tuvo lugar en Guadalajara en 1861, Gálvez presentó un cuadro alegórico titulado La redención social, basado ¿en un pensamiento de Domenico Papeti¿, y cuyo contenido (relacionado más bien con una suerte de socialismo utópico) fue descrito así en el catálogo correspondiente:

En el centro del cuadro está Jesucristo dándole la mano derecha a Sócrates, y a la izquierda, que es el lado del corazón, lado de honor, a Fourier; junto a éste se halla San Vicente de Paul; luego sigue Newton buscando la solución de su inmortal teorema; a su lado, en el fondo del cuadro, está Galileo; en primer término sobre este lado hay un grupo que representa los esclavos de Oriente y la clase proletaria, representada por un inválido. A la izquierda están Moisés, Homero y Diógenes, este último apaga su linterna por haber encontrado al amigo; completa este lado del cuadro dos figuras agrupadas, significando la mujer de Occidente explotada por la miseria.Al año siguiente, en 1862, el mismo Jacobo Gálvez incorporó el tema de la muerte de Sócrates al conjunto de los ¿espíritus magnos¿ de la antigüedad pagana, las almas virtuosas que no recibieron el bautismo y que residen en el Limbo, según la versión del Dante (Infierno, canto IV), pintados en el gran plafond de la sala de espectáculos del Teatro Degollado, también en Guadalajara. Sócrates, con el índice de la mano izquierda apuntando hacia arriba, y la otra mano puesta sobre el pecho, se apresta a tomar la cicuta; lo rodean otros filósofos como Platón y Aristóteles, lo mismo que Diógenes, una figura que no es raro encontrar asociada con Sócrates.

En 1883, Ignacio M. Altamirano le dedicó a la obra de Sagredo aquí comentada unos párrafos entusiastas (aunque no tan laudatorios como los reservados a la Ida al castillo de Emaús) Si prescindimos del desmesurado e insuscribible resbalón final, sin duda Altamirano percibió el quid del asunto representado por el pintor. Por esta obra, Sagredo obtuvo el tercer premio en la clase de Composición con muchas figuras. La obra permaneció, pues, en el acervo de la Academia. Fue la última composición de gran aliento emprendida por el artista. Altamirano, en el texto antes citado, relata su triste destino

           Es posible que, a las razones de carácter profesional, se haya sumado una destructiva pasión amorosa no correspondida, que orilló al pintor a quitarse la vida. De estos motivos más íntimos, fue también Altamirano quien dejó constancia escrita.         Como una prueba del aprecio de la pintura aquí comentada, hay que mencionar que, en la decimoctava exposición (1877), el alumno de grabado en relieve Agustín Ocampo remitió "un dibujo preparatorio del gran cuadro La muerte de Sócrates, original del malogrado Sagredo. El contorno, esencia del grabado, está hábilmente desempeñado; y en ello es muy fuerte Ocampo, como se ve allí".            El cuadro fue enviado a la Exposición Universal de Nueva Orléans (1885). En 1982, fue incorporado al acervo constitutivo del Museo Nacional de Arte.