Museo Nacional de Arte

Margarita arrepentida




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Margarita arrepentida

Margarita arrepentida

Artista: FELIPE OCÁDIZ   ((activo en el último tercio del siglo XIX))

Fecha: 1881
Técnica: Óleo sobre tela
Tipo de objeto: Pintura
Créditos: Museo Nacional de Arte, INBA
Descripción

Descripción

Entre las altas murallas de una ciudad medieval, Margarita se arrodilla compungida y con los ojos llenos de lágrimas ante la imagen de una Virgen esculpida en mármol que se haya en un nicho cubierto en partes por una planta trepadora. Una lámpara encendida sobre el muro ilumina el busto de Virgen en la oscuridad nocturna. Vestida con un atuendo antiguo de época, Margarita lleva la cabeza cubierta por una cofia rojiza por la que sale su larga y rubia cabellera que cae sobre su espalda. De su cuello pende un cordón con una cruz y de su cintura el asa de cuero de un pequeño bolsillo con borlas. En el suelo se encuentran, esparcidas, las flores que Margarita ha llevado como ofrenda a la Virgen.

Detrás de ella, al fondo se encuentra una fuente en la que dos mujeres ataviadas con largos vestidos y cofias blancas, llenan sus cántaros de agua mientras voltean a mirar a Margarita y murmuran sobre su "caída". Al fondo de la escena un alto muro con dos pares de ventanas geminadas enmarcadas con relieves góticos y la parte superior de otra construcción iluminada al interior, cierran la composición contra un cielo estrellado.

 

Comentario

Desde su creación a finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX, la historia de los trágicos amores de Margarita y Fausto, que conforma la parte medular de la primera parte del Fausto, se convirtió y celebró como una de las grandes historias de amor de todos los tiempos. El conjunto de rasgos que retrataban la personalidad de la heroína (sencillez, inocencia, pureza, devoción religiosa e incluso, la humildad de su condición social) conmovieron y entusiasmaron al público decimonónico tanto como el ambiente y la época en los que se desarrollaba la trama: un pequeño poblado alemán en la época medieval. De la misma manera, los argumentos filosóficos planteados por Goethe en el Fausto, hicieron que se le considerara como una de las obras capitales del mundo moderno. No es casual así que desde la edición de la primera parte, la pieza literaria se convirtiera en un motivo recurrente en las artes visuales. Un gran número de artistas europeos se sintieron atraídos ya fuese por la trágica figura de Margarita o por las luchas y pruebas espirituales que el doctor Fausto libraba hasta lograr su final redención.

La prolija producción de imágenes europeas en torno al Fausto, contrasta con su escasez para el caso mexicano de la que la pintura de Ocádiz constituye una feliz excepción. Por ahora, ignoramos el alcance de la difusión de la pieza literaria en México, así como el momento en el que fue traducida, aunque es posible que circularan algunas de las versiones publicadas en España en 1841 y 1865. Sin embargo, parece ser que el argumento debió su inmensa popularidad merced a la versión lírica que con el mismo título realizó el músico francés Charles Gounod con un libreto escrito por Jules Barbier y Michel Carré, la cual luego de su estreno en París en 1859, se convirtió en una de las óperas más conocidas del siglo XIX. Su éxito en México fue también notable, pues pese a una desairada primera presentación en el Teatro Nacional el 12 de octubre de 1864, se continuó representando, ya completa o en partes y en especial el "aria de las joyas", en 1867, 1868, 1871-1873, 1875 y 1877 e ininterrumpidamente desde 1879 hasta, por lo menos 1911, convirtiéndose en una de las obras más aplaudidas y conocidas del público mexicano.

Por otra parte, la historia de amor protagonizada por Fausto y Margarita tocaba uno de los temas más gustados por la sensibilidad decimonónica: el de la mujer seducida, caída, arrepentida y finalmente redimida, cuyo tema sirvió de base a un abundante repertorio de poesías, piezas teatrales y novelas tanto en Europa como en México. Doce años antes que Ocádiz, en 1869 Manuel Ocaranza, con quien el pintor parece haber mantenido una estrecha relación, trató en su pintura La flor marchita este mismo asunto como una problemática contemporánea y de una forma más directa sin recurrir, como lo hizo Ocádiz, a los ropajes de una narración literaria. Además, a diferencia del personaje de Ocaranza, que parece haber sido seducido por la elocuencia de las palabras, la protagonista del Fausto fue convencida, entre otras cosas, por un cofre con joyas. En las Cuaresmas del Duque Job, un conjunto de artículos dirigidos a un público femenino con fin moralista pero escritos en un tono jocoso, Manuel Gutiérrez Nájera, su autor, declaraba:

En el poema de Goethe, la tentación es un cofrecito con alhajas. Fausto para vencer a Margarita, no necesito de la intervención del diablo que le acompañaba [...] Esto, a mi juicio, constituye uno de los defectos de la heroína. Margarita no se enamora de Fausto por su bravura, como Desdémona de Otelo; ni por irresistible simpatía, como Julieta de Romeo; ni por su genio, ni por su ciencia, ni por su belleza, sino por sus joyas. Fausto se vende al diablo y compra a Margarita. Y por eso ni Fausto ni Margarita son simpáticos. ¡No son simpáticos y por eso, tal vez, son tan humanos!

En oposición a la indiferencia historiográfica que la pintura sufrió en el siglo XX, desde su primera presentación en la vigésima exposición de la ENBA en 1881, gozó de una gran aceptación por la crítica de arte, como lo muestra la reseña de Felipe S. Gutiérrez, en la que destaca la obra entre los cuadros de los alumnos más adelantados y pondera sus cualidades plásticas, además de subrayar la importancia del tema:

En uno de [los cuadros] se mira arrodillada a una joven pálida con las manos enclavijadas, el rostro inclinado hacia atrás, por efecto de la melancolía que la domina y los rasgados ojos lánguidamente enclavados en una imagen de la Virgen, iluminada por la luz de una lámpara pendiente del techo: una ermita sostiene esa estatua de mármol y del muro que hay enfrente formando ángulo, resbala oblicuo el rayo de la luna que baña la mitad del cuerpo de la joven y una parte del pavimento...

En este misterioso conjunto, en este recinto solitario, la joven que se mira orando, llena de tierna devoción su alma y su macerado cuerpo de abandono, no es otra que Margarita arrepentida.

Este cuadro es de una impresión a la par que melancólica, agradable en todo su conjunto lineal y de entonación: la luz de la lámpara es de una verdad que persuade y que, dando intensa sobre la parte superior de la estatua, va resbalando gradualmente hasta perderse: la de la luna es también de un tono exacto y éste con la artificial, forman un contraste seductor; solamente el tono del birretillo y delantal de la joven es un poco agrio y contrasta desagradablemente con el resto; menos solferino, y habría entonado mejor.

Conocida su implacable pluma para señalar los puntos que consideraba inconcebibles bajo el lente de la estética realista, cabe notar la condescendencia de Gutiérrez ignorándolos en la pintura, pues si se representa una escena nocturna como lo indica el firmamento, en el extremo derecho superior de la pintura, el artista manejó de manera arbitraria la disposición de la luz con la intención de potenciar los elementos iconográficos y simbólicos de la obra, sólo así se explica el uso caprichoso de la iluminación en los tres núcleos narrativos que dan sentido a la escena: la luz amarillenta y un tanto sobrenatural que cae sobre la Virgen colocada entre las sombras, la luz blanca y diáfana que recorre el rostro y el cuerpo de la protagonista y la luz de mediodía que alumbra a las mujeres en la fuente.

Otros indicadores de la buena recepción que tuvo la pintura de Ocádiz son su reproducción en el catálogo de la exposición de 1881, año en que se celebró el primer centenario de la Academia, y su participación en los lotes artísticos que representaron a México en la Exposición de Nueva Orleáns en 1884 y en la Exposición Colombina de Chicago en 1893. Mostrada en la vigésima exposición de 1881, la obra pasó a formar parte de la colección de la Escuela Nacional de Bellas Artes y del acervo constitutivo del Museo en 1982.