Al final del siglo XIX, se gestó en México una generación de artistas que protagonizaron la renovación ¿modernista¿ contra el academicismo decimonónico, en el que predominaban la pintura de historia ¿patria¿ idealizada, la figuración ¿romántica¿ de los elementos de la identidad nacional; así como el paisaje ¿naturalista¿ del territorio. Fue entonces que, en el escenario del arte culto, se manifestaron los asuntos cosmopolitas y las desgarradoras temáticas propias del espíritu decadentista de la época y el sentimiento del declive de la civilización occidental.
Roberto Montenegro, originario de Guadalajara y alumno de la Escuela Nacional de Bellas Artes (Academia de San Carlos) desde 1904, perteneció a un selecto grupo de artistas notables que al nacer el siglo XX experimentaron y le dieron un carácter local a las vanguardias europeas ¿las cuales asimilaron de manera directa por las becas formativas en el Viejo Continente-, y que en Latinoamérica se denominó al conjunto de estas nuevas vertientes como ¿Modernismo¿. Artistas Como Julio Ruelas, Germán Gedovius y Montenegro, dieron cauce a un nuevo y complejo lenguaje simbolista el cual era fantasioso, sensual, místico, metafórico y plagado de asuntos macabros y referencias a la muerte.
En la obra, un muro con un acceso enrejado y gruesos pilastrones por jambas, sesga la composición y se interpone entre la calle y un jardín siniestro de una residencia palaciega. Aquí, el artista dio concreción a una variante de los asuntos simbolistas: la recreación de fantasmagóricos jardines solitarios en donde la naturaleza libre invade las decoraciones fabricadas por el hombre tomando una apariencia devastada. En este caso una fuente y los grupos escultóricos de estilo grecolatino.
Estos jardines modernistas llenos de artificios decorativos abandonados, eran configuraciones muy apropiadas para la sensibilidad y nostalgia simbolista, y continuamente representaban elementos ligados a la muerte, como el relieve de un cráneo en la pilastra y el rostro de un espectro en torno a la cerradura; o la representación de tradicionales imágenes maléficas como la lechuza instalada en la rama de un árbol seco de nerviosas y abigarradas ramas quebradizas.
La influencia evidente de los españoles Zuluaga o Sorrolla o de la vanguardia simbolista francesa en los trabajos de esta etapa productiva de Montenegro, dejo su inconfundible impronta.
VRR